Había una vez un fantasma terrible que asustaba a mucha gente. No era un fantasma cualquiera, ese fantasma era verde, no era blanco, como no era blanco si no verde se asustaba muchísima gente. Algunos se desmayaban y el fantasma decía:
- ¡Muuu!- aunque el muuu ese parece que viene de la vaca.
El fantasma decía:
- Os voy a comer, mañana no vais a estar en este pueblo sino en el cementerio con Dios. Lo siento, lo tengo que hacer.
Pensando, las personas decidieron escaparse pero no pudieron porque el fantasma tenía las manos elásticas y las manos medían unos 100 km.
El fantasma decidió comérselos porque hablaban mucho y el fantasma no soportaba oír las palabras que decían. Cada vez que uno se ponía pesado le cogía y se lo llevaba a la boca, cogía a otro, a otro, hasta que casi terminó con todos. Quedaban sólo cien personas de las mil que había.
Esas cien personas querían escaparse y al final lo lograron pero se aburrían de estar tan solos. El fantasma se quedó solo y el pueblo era suyo pero no podía entrar en las casas porque no cogía y el fantasma pidió un favor a las cien personas que quedaban: que construyesen una casa que mediera doscientos kilómetros de altura.
- Si no lo hacéis os comeré como a los demás.
Empezaron inmediatamente a construirla. Al día siguiente ya iban por dos kilómetros, al siguiente cuatro, así hasta que la acabaron. Se esforzaron mucho, pero muchísimo.
Un día acabaron pero era una tristeza porque el fantasma les gritó:
- ¡No me gusta nada de nada! ¡Volver a hacerla, por favor!
- ¡No me gusta nada de nada! ¡Volver a hacerla, por favor!
Lubna Achabbab
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